Águila y gallina
2022-09-27
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Fue hace años, en uno de esos típicos cursos de formación que solíamos tener en la empresa. Se trataba de implantar un muy novedoso sistema que permitiría notables mejoras en los modos de trabajo, comunicaciones internas y externas, control de actividades y procesos y, sobre todo, sin duda, mejoras económicas.
Un grupo de empleados de varios países europeos, fuimos invitados a la realización de un curso de preparación. El cambio era muy notable y la selección de los integrantes del grupo se realizó en base a criterios de personalidad relacionados con la apertura a los cambios, la capacidad, interés y predisposición a probar algo desconocido que podría traer aparejado. NO temer a perder lo que teníamos sino abrirse a conocer algo nuevo que, en nuestras manos, podría ser algo muy bueno.
Todos llevábamos tiempo realizando las funciones actuales. Las conocíamos a la perfección, estábamos en nuestra zona de confort y todavía con opciones de mejoras profesionales. Sin embargo, todos sentíamos ese gustillo de probar a hacer algo diferente, un escenario nuevo que nos ofreciera nuevos desafíos incluyendo, incluso, más diversión. Era la eterna lucha, disfrutábamos el día a día, pero nos atraía el deseo de probar un, quizás, imposible pero atractivo nuevo escenario.
Los dos días de sesión se celebraron en un bonito lugar a las afueras de Dusseldorf. Nos conocíamos todos y teníamos una excelente relación, lo pasamos bien cada vez que nos juntábamos.
El curso se impartía en dos partes. En la primera, el objetivo era prepararnos para las objeciones y “pegas” que nos iban a poner aquellos que estaban abiertamente en contra del cambio. Recordaba otro curso anterior, impartido por el Dr John Daly de la Universidad de Texas, y su clasificación de las personas en cuatro grupos, en función de dos criterios: lo que sabían y su interés en aprender. La segunda parte era el proyecto de implantación de dicho proyecto y cual sería nuestra función.
Recuerdo perfectamente haber olvidado todo los relacionado con la segunda parte de aquel curso, pero por el contrario tengo frescos los primeros 15 minutos que fue la duración de esa primera parte. En ella, un invitado, nos preparó mentalmente para tener éxito al volver a nuestras subsidiarias.
Para ilustrar como debíamos acercarnos a nuestros compañeros nos contó una historia y no reveló hasta el final su procedencia, de modo que lo escuchamos sin conocer si se trataba de un hecho verdadero o por el contrario era invención suya.
Un campesino salió al bosque para capturar un pájaro y tenerlo en cautividad en su jaula. Consiguió hacerse con un aguilucho, lo llevó a su casa y lo dejó en el corral donde tenía gallinas.
Durante varios años, el aguilucho creció entre gallinas, caminaba como gallina, incluso reproducía sonidos similares a las gallinas, no había causado ninguna pelea era como una gallina más. Había crecido como una gallina.
Un día, el campesino recibió la visita de un naturalista. Al ver al aguilucho, que ya tenía casi 5 años, comentó: “ese animal no es una gallina, es un águila”
El campesino asintió. Efectivamente, lo recogí del bosque, lo cuidé y se crió entre gallinas. Ya no es un águila, se comporta como una gallina más.
El naturalista quedó un poco consternado. ¡¡NO!!, le dijo, es un águila, tiene corazón de águila y ese corazón, un día, le hará volar!!
El campesino lo negaba. Imposible, se ha vuelta gallina, nunca volará como águila.
El naturalista, visiblemente incómodo con la situación, tomo al águila en sus manos, la levantó lo más alto que pudo y le dijo: “Eres un águila, no perteneces a la tierra, tu lugar está en el cielo, ¡¡abre tus alas y vuela!!”
El águila no se movió, se mantuvo en el brazo del naturalista, se mostró distraída, y al ver a las gallinas en su corral, saltó y se fue a comer con ellas.
El campesino se reafirmó, es una gallina más, ya no es un águila.
El naturalista, visiblemente contrariado, le respondió: ¡¡NO!! Es una águila, mañana lo volveremos a intentar.
A la mañana siguiente, el naturalista volvió. De nuevo tomó entre sus manos al águila, entro en la casa, subió hasta el punto más alto de la vivienda, y volvió a decirle: “tú eres un águila, abre tus alas y vuela!!”
El águila vio más abajo el corral con las gallinas, dio un salto y se volvió a juntar con ellas.
De nuevo, el campesino reafirmaba que era una gallina, el naturalista seguía defendiendo que NO, que era un águila y volaría, de modo que acordaron volver al día siguiente. Mañana, volará.
El naturalista pensó en el modo de facilitar al águila un entorno más adecuado. A la mañana siguiente, volvió a tomar al águila en sus manos. Esta vez, se alejaron de la casa, y llegaron a una montaña cercana. El naturalista subió lo más alto que pudo, donde no se divisaba la casa y la altura de la montaña dejaba ver un amplio valle. El sol estaba apareciendo en el horizonte y daba un color rojizo a las cumbres de las montañas.
El naturalista levantó el águila, lo más que pudo, poniéndole la cara frente a la suya, le volvió a decir “tú eres un águila, ¡¡¡perteneces al cielo y no a la tierra” y acercándosela más le miro fijamente a los ojos y le gritó “abre tus alas y vuela!!!”
El águila miró alrededor, no vió a las gallinas, comenzó a temblar y no voló. El naturalista, la mantuvo entre sus manos, en alto y se giró para ponerla frente a la salida del sol. Los ojos del águila se llenaron de luz y se podía ver la inmensidad y profundidad del valle, así como el profundo horizonte.
Entonces sucedió. El águila se irguió, abrió sus potentes alas y comenzó a volar. Subió y subió hasta las alturas, voló hacia el sol y a mitad de camino dio un giro para volver a pasar por encina del naturalista y del campesino que la observaban con emoción. Fue la despedida, voló y voló y nunca más volvió.
Se abrió un interesante coloquio, sobre la historia de águila o gallina, que no viene ahora a cuento. Al finalizar, nos dijo que la historia había sucedido en África, concretamente en Ghana en los tiempos de la descolonización y fue pronunciada por James Aggrey, para concluir que su pueblo, había sido criado como gallinas, pero eran águilas.
Con posterioridad, leí el libro de Leonardo Boff “el águila y la gallina” donde el autor reflexiona sobre cómo esta historia puede ser analizada desde la perspectiva de la condición humana.
Como Leonardo indica al comienzo, “Todo punto de vista, es la vista desde un punto”. Cada uno seguro que saca sus propias conclusiones.
Hoy, con la situación que vivimos en España, alguien podría pensar que nos quieren como gallinas, pero, recordad siempre, somos águilas. ¡¡A volar!!
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